Mi afán de bucear en la historia reciente de Mota del Cuervo, me lleva con frecuencia a indagar en la memoria de nuestros mayores. En este caso se trata del Dr. D. José Zarco Castellano, un ilustre moteño, intelectual nonagenario, médico pediatra de profesión, gran conversador y amigo, al que con relativa frecuencia, he venido realizando visitas a la casa que, el mismo, tiene en Madrid, muy cerca de la calle Princesa, con el objetivo principal de pasar un buen rato hablando de cosas del pasado y para indagar en su prodigiosa memoria lejana, y conocer aspectos de la historia y de la vida de Mota del Cuervo. Nuestro protagonista, a pesar de los años, aún se mueve con cierta soltura y me recibe siempre con una amplia sonrisa en su rostro, en un piso señorial, con señas de identidad moteñas plasmadas en unas amplias cristaleras a la entrada, donde tienen tallados unos molinos de viento manchegos. En la mesa de la sala, nos esperan unos aperitivos y unas bebidas preparadas con primor por María Luisa, su mujer.
Tanto José Zarco como yo, pertenecemos a la Asociación de Amigos por la Historia de Mota del Cuervo, concretamente él es el presidente de honor. A ambos nos guía el cariño hacia nuestro pueblo y su historia. En esta ocasión, en su interés por transmitir sus conocimientos y sus vivencias del pasado, el Dr. Zarco me tenía preparados unos papeles con anotaciones antiguas, siempre sobre Mota del Cuervo y sus gentes, con el objetivo de centrar la conversación y seguramente con la intención de fijar esos datos, ahora tallados en su memoria y pasarlos a un medio escrito, o publicarlos en algún artículo como éste que facilite el conocimiento de los mismos a las generaciones futuras.
Uno de esos papeles contiene una pequeña lista de personas, escrita a mano por él, con los nombres de los moteños que se desplazaron a combatir en ultramar, tanto en América como en Asia, y el otro es un viejo artículo suyo sobre los antiguos oficios ambulantes, que él mismo publicó hace ahora once años, y sobre el que me pide que amplíe algunos otros oficios que él no contempló en su día y a los que añadiré por mi cuenta algunas fotos explicativas. Así las cosas, nos ponemos manos a la obra y comienza la animada conversación. A veces nos resulta difícil centrarnos en un tema, por las derivas que toma la charla que nos lleva, a cada momento, a recordar a otras personas, sus avatares, o sitios relacionados. En cualquier caso estas tertulias son muy agradables.
COMBATIENTES MOTEÑOS DE ULTRAMAR
Como digo, uno de esos papeles que me entrega es una pequeña lista con los combatientes moteños de ultramar. Paisanos nuestros que habían luchado en la Guerra de Filipinas y en la de Cuba, que como sabemos fueron territorio español hasta el año 1898.
Personalmente siempre he tenido curiosidad por conocer Cuba, país que tuve la suerte de recorrer en el año 2003, y en donde pude constatar la gran herencia española reflejada en sus numerosos blasones que aún se conservan y en sus numerosos palacios con patios de columnas al estilo español. Recuerdo especialmente el Casino Español (hoy rehabilitado como Palacio de los Matrimonios), con su gran salón de baile, en cuyo techo están pintados los 49 escudos de las antiguas provincias españolas. Primero busqué el de la provincia de Cuenca y después al recorrer con la vista el resto de provincias, me llamó la atención otro escudo, que ocupaba el tamaño y la posición similar a los del resto, pero que no pertenecía a una provincia, sino a Piloña, un concejo asturiano de donde salieron para Cuba muchos emigrantes.
Antiguo Casino Español de la Habana, con los escudos de las provincias españolas en su salón de baile
Hoy todavía es posible contemplar en la Habana muchas casas parecidas a las de Cádiz, aunque algunas muy deterioradas por el paso del tiempo y por la precariedad de sus reparaciones. La falta de presupuestos en su momento para llevar a cabo esas rehabilitaciones/demoliciones, paradójicamente ha conseguido que, ahora, podamos disfrutar de ellas en su conjunto, gracias a la sensibilidad de los actuales rehabilitadores. Su contemplación nos hace viajar en el tiempo, para retroceder al 1898 y apreciar la arquitectura tal y como era en la época española, algo que, lamentablemente, no se suele dar en España, donde ese tipo de edificios han sido desplazados, e intercalados por otros en donde dominan el cemento el vidrio y el acero. Casas modernas que se han intercalado junto a otras, sin tener en cuenta el conjunto arquitectónico. En cambio en la Habana vieja aún podemos observar grandes casonas de estilo español, que antaño eran unifamiliares y que hoy se han convertido en casas vecinales, cuyas habitaciones ocupan con sus familias muchos descendientes de aquellos primeros habitantes de la época colonial.
Cuando los moteños que citaremos a continuación tuvieron que desplazarse para defender las posiciones de ultramar, eran unos años difíciles para nuestro país, por la frustración que supuso la pérdida de las últimas colonias en América y en Asia, a consecuencia de la derrota que sufrió España en la guerra frente a Estados Unidos, que se puso de parte de los insurrectos en las colonias españolas. Ese país comenzaba en aquella época a emerger como una gran potencia, a la que España, tras la firma del Tratado de París, tuvo que ceder Puerto Rico, Cuba y Filipinas. Territorios que aún tardarían años en recuperar su propia independencia. Un esfuerzo infructuoso de miles de soldados españoles que trataron de conservar dichas colonias. De Mota del Cuervo salieron una veintena de soldados, que alcanzaron diferentes graduaciones. Uno de ellos llegó a ser capitán. El contingente de tropas españolas en Cuba fue muy numeroso, hasta llegar en 1898 a la cifra de 185.000 soldados, a los que habría que añadir 82.000 voluntarios. Los datos que recuerda José Zarco sobre nuestros paisanos en esas guerras no son muy completos. De algunos solo sabemos el nombre o el apodo. En otros casos recuerda la familia de procedencia y sus actuales descendientes. Estos fueron esos intrépidos moteños que lucharon en Filipinas y en Cuba y que tuvieron la suerte de regresar a su tierra:
Modesto, al que apodaban “El Esquilaor de mulas”, por ser ese el oficio que ejerció a su regreso. De los 44.000 soldados españoles que participaron en la guerra de Filipinas, Modesto fue uno de los moteños que participó. Se desplazó nada menos que a 12.000 km. de su pueblo para defender aquel territorio. Una distancia que, hoy en día, los modernos aviones surcan en más de 17 horas de vuelo.
El Carabinero, del que solo conocemos su apellido: Díaz. Recibe su apodo porque a su regreso de Cuba estuvo trabajando de carabinero. Su mujer era de fuera de la Mota y era curandera
Martín Morales, Al que dieron en llamar “Martín Habana”, por ser en aquella ciudad cubana donde estuvo combatiendo. Era el padre de Lucinio y Doroteo Morales, abuelo de Antonio y Carmen Morales (hijos de Lucinio) y de Angel y Martín Morales (Hijos de Doroteo)
Francisco Martínez-Bascuñan. El padre de los hermanos: Agapito, Gregorio, Gabriel y Francisca Martínez-Bascuñan y abuelo de Francisco y Aníbal Martínez Bascuñana.
Miguel Gallego, abuelo de Lucio Gallego. Este moteño cambiaba ascensos por condecoraciones, llegando a acumular un buen número de ellas. Cuentan que fue muy valeroso y que cuando regresó a la Mota, a pie desde la estación de Río Záncara, al ver el humo de los hornos de los cántaros lloró de emoción.
Lorenzo Gallego, hermano del anterior. Abuelo de Antonio Martínez. Estuvo en Filipinas.
Matías Rodríguez, que era el abuelo de los Eufrasios: Miguel, Luis y Eufrasio. Este combatiente moteño terminó de capitán. Uno de sus descendientes, José Luis Rodríguez (el pintor), tiene la hoja de servicios de su abuelo Matías, que estuvo en la guerra Carlista y luego en la de Cuba.
Ladislao Peñalver Zarco El abuelo de los Chumacos. A su regreso tuvo un comercio de tejidos en el Santo. En su juventud había sido seminarista.
Pablo Valbuena, abuelo de la Romana. Este hombre cursó varias instancias para ir, como voluntario, uno de los 80.000 que alistaron voluntariamente para participar en la guerra de Cuba, pero su hermano, que era el cartero del pueblo, retenía esas instancias para que no fuera, hasta que al final pudo cumplir su anhelo de alistarse y viajar a Cuba.
De otros moteños tenemos constancia de su muerte en dichas contiendas, unos por heridas ocasionadas por la guerra, otros muchos por enfermedades diversas y otros a consecuencia de la fiebre amarilla (o el llamdado vómito negro).
Entre los soldados moteños que fallecieron lejos de su pueblo, tenemos información de los siguientes:
Domingo Izquierdo Gallego
Matías Jiménez Peñalver
Urbano Lillo Peñalver
Baldomero Pérez García
Francisco Ramírez Medina
Marcelino Zarco Reguello
También tenemos noticias de otros cuatro soldados moteños que fueron repatriados. Ellos fueron:
Ramón Contreras Romero,
Basilio López Cobo,
Cruz Rodríguez Rodríguez,
e Higinio Tirado Sánchez.
Foto de combatientes españoles en la Guerra de Cuba en 1898. Fuente: ABC
ANTIGUOS OFICIOS AMBULANTES.
Otro de los documentos que me entregó en esa visita, nuestro admirado Dr. D. José Zarco Castellano, es un artículo que él mismo escribió en la revista de las fiestas de Mota del Cuervo en el 2004, en donde se reflejaban una docena de los diferentes oficios de personas que iban vendiendo su mercancía o su oficio por el pueblo. Él mismo me rogó que incluyera algunos otros oficios como el de Liencero. Posteriormente me he encargado de indagar sobre otros oficios, en otras personas longevas de Mota del Cuervo, como Piedad Piqueras Mujeriego, una octogenaria que conserva una memoria espléndida de nuestro pueblo, y que desde su juventud, vive en Barcelona. Desde allí, al otro lado del teléfono, nos ha aportado otros oficios antiguos, como el de Aguaor, o el de Gorrinero. Esta es la recopilación de los diferentes oficios:
EL AFILADOR.- Un oficio que aún no ha desaparecido. Procedían de Orense, venían en ferrocarril y después se desplazaban de pueblo en pueblo andando y empujando su taller ambulante. Consistía éste en una rueda fina, de un tamaño intermedio entre la de un carro y la pequeña de galera. Tenía un artilugio articulado a una pequeña piedra circular de pedernal que, mediante una polea y una tabla le hacía funcionar con el pie. Usaban una flauta plana, que tocaban por las calles para anunciarse y decían: El “afilaor”.
El afilador
EL AGUAOR.– Mucho antes de que existiera en la Mota la distribución canalizada del agua potable, venía por las casas el Aguaor. El más conocido era el hermano Pote, que traía con su carro unos diez cántaros de agua del Pozo Seco en cada viaje. La mejor del pueblo. Los vendía a perrilla (0.05 Ptas.), y él mismo se ocupaba de vaciarlos directamente en las típicas tinajas que había en las casas.
EL CASTRADOR DE CERDOS (EL “CAPAOR”).-También tocaba una flauta similar a la del afilador. Casi siempre (no sé por qué llevaba una garrota, explica José Zarco). Paseaba las calles y en la casa que tenían un cerdo macho ejercía sus funciones de castrador, extirpando en vivo los testículos al animal, para que el cerdo ganase más peso y después los productos (tocino, lomo, jamón) no tuviesen el sabor fuerte del cerdo que “padrea”.
EL CIRCO ROMERO.- Se instalaba en la Plaza del Verdinal y era habitual en estas tierras. Como entonces no teníamos feria y, por otra parte no habíamos visto otro para establecer comparaciones, nos parecía muy bueno, quizá extraordinario, visto con la alegría, la fantasía y la ilusión de la infancia. Según cuenta Piedad Piqueras Mujeriego, una de las artistas principales era Pepita Alcalde, que bailaba muy bien. Al finalizar rifaban unas muñecas de papel.
EL ENEERO.- Era la persona que se encargaba de fabricar y/o reparar las sillas de enea, un material trenzado que se usaba para hacer los asientos. Se empleaban las hojas de una planta del género Typha (Typha domingenensis), conocida vulgarmente como espadañas, que crece en suelos encharcados, en lagunas etrofizadas, con alta tolerancia a la salinidad (como la Laguna de Manjavacas). Para recolectarla había que mojarse. Con este material se hacían además otros objetos, como: esteras, cestos y aparejos para las caballerías. El problema en estos últimos, era que era un material que podrían llegar a comerlos los burros.
EL FOTÓGRAFO (EL “RETRATISTA”).- El más conocido era Tomás García de Villanueva de Alcardete. Venía de casa en casa y a alguna boda, con su caja fotográfica con trípode y manga, (por donde metía la cabeza). Estaba considerado como buen profesional, porque no hacía las fotos “al minuto” como otros ambulantes menos cualificados, sino que trabajaba en su casa con sistema de estudio y te traía las fotos después.
Imagen de un antiguo retratista
EL GORRINERO. Era la persona que vendía gorrinos. Los llevaba sueltos por la calle formando una piara de cerdos jóvenes a los que retenía frente al posible comprador a base de darles de comer unos granos de cereal, hasta que éste elegía los que iba a comprar. Por aquel tiempo casi en todas las casas le compraban uno, en las más pudientes dos. En las casas engordaban el cerdo, al que alimentaban incluso con las sobras de la comida, hasta San Martín, fecha en la que se hacía la matanza. Una verdadera fiesta familiar, que comenzaba muy de mañana y que exigía unos preparativos previos, como la recolección de las aliagas, una planta espinosa de flor amarilla de la familia de las papilonáceas, que arde muy bien. Una vez desangrado el animal, con esa planta se chamuscaba la piel del cerdo, que a continuación, con agua caliente y una teja, se rascaba hasta que quedaba la piel blanca.
EL HELADERO.- Teníamos la suerte de tener en la calle de San Francisco una familia que hacía hielo. Estos iban por las calles, especialmente en días de fiesta, vendiendo helados que ellos fabricaban en una heladera cilíndrica. Eran la delicia de los “chicotes”.
LOS HÚNGAROS.- Eran unos auténticos “Vendedores de ilusiones”, sobre todo para los “Chicotes” y los jóvenes. Se les llamaba así por su procedencia: Eran zíngaros, casi todos húngaros. Alguna chica joven bailaba, pero lo que más nos gustaba a los chicos eran los animales. Traían algún oso, que bailaba al son de una pandereta, monos y alguna cabra que se subía a una escalera y hacía cabriolas. Todo al son de una trompeta. Se situaban en las plazas y les hacíamos corro para presenciar la función. Al final paseaban la pandereta (“Echaban un guante”) y recogían unas monedas. Traían un carromato que aparcaban en el corralillo de una era o en el portalillo de Santa Ana.
EL LAÑADOR (“LAÑAOR”).- Se dedicaban a poner grapas o “lañas” (de ahí el nombre) a cacharros de alfarería y cerámica basta que se habían rajado. También estañaba pucheros y arreglabas paraguas, de aquí que en su pregón decía: Paragüero y lañaor. Para poner las lañas usaba una especie de trompo que accionaba con una cuerda, horadando así los agujeros de la pieza de cerámica, alrededor de la raja, donde agarrarían las lañas metálicas.
Pieza de cerámica reparada con lañas Figura del Lañaor
EL LIENCERO.- Era una persona que venía cargado con rollos de distintas telas, que vendían al corte en las casas, donde las amas de casa aún cosían mucha de la ropa que se usaban, tanto la que se usaba en el campo (que solían remendar) o para la ropa de diario. También compraban tela blanca para sábanas. La más vendida era la de la “Viuda de Tolrá”. Paraban principalmente en casa de las más expertas modistas del pueblo.
EL MATACHIN.-Eran los encargados de matar los cerdos. Sus servicios eran requeridos en las casas para pinchar al cerdo y descuartizarlo después. Era un trabajo que se hacía a primeras horas de la mañana, con el frío. Unas cuantas personas subían al cerdo a la mesa de matar y el matachín pinchaba en el cuello del animal, de una forma certera. Luego colgaban al cerdo y el matachín lo abría en canal y sacaba las muestras para llevarlas al veterinario, que dictaminaba la conveniencia o no del consumo de ese animal. En la Mota teníamos uno en la calle Mayor, Antonio.
EL MIELERO.- Procedían de la Alcarria, porque así lo pregonaban. Llevaban unos búcaros de cerámica (bañados en su interior) colgados a los lados de una mula. Las mujeres salían a la calle con una jarra o una orcilla y compraban la miel para el año.
EL QUINCALLERO O CACHARRERO (“QUINQUILLERO”).- Estos llevaban el carro entalamado. Compraba o cambiaba alpargatas viejas, pellicas de conejo, etc. por botijos, porrones y bolas cacharreras, que eran la alegría de los chicotes, al ser de más categoría, tamaños y presencia (estaban esmaltadas) que nuestras humildes bolas de las cantarerías, más pequeñas y ásperas También vendía o cambiaban algarrobas, que para nosotros era un manjar, nos cuenta José Zarco.
EL RELOJERO.- Era también joyero. Recuerdo a la Felicidad y, sobre todo a un buen hombre de la Puebla de Almoradiel al que le llamábamos “Conciencia”, porque para garantizar sus productos, decía: Esto es “a conciencia”. Llevaba una caja al hombro con unas bandejas de varios pisos que estaban forradas de terciopelo y allí llevaba sus relojes, medallas, pulseras, cadenas, pendientes, etc.
EL SALCHICHERO.- El más conocido era Plácido, de Salamanca. Usaba blusa y gorra negras y llevaba un costal con la mercancía y una romana pequeña. Iba de casa en casa vendiendo sus embutidos, muy varios y de buena calidad. Se daba la feliz circunstancia de que tenía un gran parecido físico con el Papa Pablo VI.
EL SARTENERO.- Se anunciaba repicando con mucho arte sobre una sartén vieja con un objeto metálico, probablemente un cucharón. Llevaba una mula llena de sartenes y peroles. Vendía sartenes nuevas, pero también arreglaba las viejas: les echaba un remiendo, les ponía una pata, etc. Y lo más característico era que parecían africanos por el color de su cara, siembre embadurnada por el “tizne” de las sartenes.
EL TRILLERO.- En la Mota había uno fijo, Salvador Reillo, que era fabricante de trillas, un artilugio agrícola que se utilizaba en la era para desgranar el cereal. Este trillero venía de Cantalejo (Segovia). Llevaban una capacha de esparto (parecida a la de los “matachines”) y en su interior pequeñas piezas de pedernal, las “pernalas” y un martillo muy pequeño, todo de hierro, que utilizaban para colocar las pernalas caídas en la campaña anterior. Por eso venían por los meses de Abril y Mayo, antes de empezar la trilla. Eran muy hábiles en el manejo del martillo para clavarlas bien y no romperlas.
La trilla es un artilugio de madera con piedras de pedernal o de sílex incrustadas que servía para desgranar el cereal en la era
EL ZAHORÍ.- Es la persona que busca las corrientes de agua subterráneas, y que indica los sitios concretos para excavar los pozos que abastecieran de agua. Para ello utilizaban unos utensilios sencillos como: el péndulo, o las varas tiernas de avellano en forma de “V”. El porcentaje de aciertos era bastante alto. Caminaban por la zona portando sus varas en alto y cuando llegaban al sitio donde ellos percibían una corriente estática, las varas se movían hacia el suelo indicando la existencia de una corriente subterránea de agua. Después con la ayuda del péndulo fijaban el sitio exacto donde excavar para hacer el pozo. Este es un oficio que aún subsiste.
Otras personas, me cuenta Piedad Piqueras Mujeriego, se dedicaban a vender objetos de lo más curiosos, como el hermano Zumba (este apelativo de hermano/a se empleaba en Mota del Cuervo para denominar a las personas mayores). Este hombre vivía en el edificio de la Tercia, un edificio donde antaño se recaudaban los tributos en especie. Una casa sin corral. Fabricaba hisopos para blanquear las paredes con cal. Él mismo también blanqueaba. Otro personaje, el hermano Hilario, voceaba por las calles su mercancía: “Laurel y limones”, o la hermana Pepa, que vestía completamente enlutada, con un pañuelo a la cabeza, que iba por las calles de la Mota cambiando pellicas de conejo por unas llaves de dulce que ella misma elaboraba. Aún recuerdo a esta mujer, que cuando se le preguntaba por su edad, respondía igual que los franceses, decía los años que tenía de la siguiente forma: “cuatro veintes y diez”, para decir que tenía 90 años (en francés: “quatre vingt dix” ).
Agradezco a las personas que me han facilitado el conocimiento de estos temas, especialmente al Dr. José Zarco Castellano, por la detallada información sobre los combatientes de ultramar y de la mayoría de estos oficios antiguos en Mota del Cuervo aquí reflejados. Desde aquí quiero también hacer un homenaje a esos moteños que combatieron en ultramar y a esos profesionales que deambulaban por nuestra tierra procurando su sustento a base de vender sus mercancías o prestando sus servicios.
José Manuel González Mujeriego, 12-01-2017
Miembro de la Asociación de Amigos por la Historia de Mota del Cuervo.
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